martes, 7 de junio de 2011

Diario de un parado

En esta época, tal vez más que en ninguna otra, aunque sólo sea por las muchas barreras que la constriñen, ser un parado no significa únicamente carecer de un empleo, sino quedar expoliado de la propia existencia. Vivir en el paro laboral es entregar los días (las semanas, los meses, los años) a la dilación de las esperanzas, es sencillamente no vivir. “Sólo quien trabaja tiene pan”, reza el viejo proverbio bíblico; pero el desocupado se priva de muchas más cosas, además del pan. Entre otras, de su propia consideración y estima.

El parado, ciertamente, a medida que percibe el menoscabo del entorno va perdiendo confianza en sí mismo; se siente, cada vez, más desvalido y huérfano. Vagar en el paro laboral es errar sonámbulo por el reloj sin horas de la vida, es sentirse prisionero en el tiempo que gira sin cesar como una rueda eterna; es, sencillamente, vejetar, como decíamos más arriba, para ajustar la grafía del vocablo a la concepción pasiva de la vejez, y al paralelismo o semejanza de ésta con la disfunción del desempleado. Porque salvo el contraste de la edad que los diferencia –oscilante por pura lógica en un abanico impreciso--, ambas suertes, la del jubilado y la del parado, podrían confundirse, ya que a simple vista sus jornadas ociosas son casi análogas, aunque con mayor desarreglo en el estado de éste último, pues mientras el jubilado mira la vida hacia atrás con nostalgia y serenidad, resignado a la realidad de la existencia, el parado observa su futuro afligido por la frustración del presente, y sin que en su corazón cante ya –como dice el poeta-- el pájaro de la esperanza.

La desesperanza que envuelve su ánimo, sin duda, es el lastre más pesado de su vida de forzada inactividad; pero no el único que carga. El desengaño que le provoca la nueva situación lo conduce al abandono de sí mismo, percibiendo impotente cómo se destruyen sus aspiraciones, sus proyectos, sus perspectivas; lo que hace que sienta venir paulatinamente su tragedia como un viento fatal. El desempleo irremisiblemente le causa múltiples trastornos que le van menguando las energías, debilitando sus fuerzas, dejando arrumbada su existencia a la intemperie, sin palos en el sombrajo.


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