El contratiempo es el sello borroso del desempleado, su divisa gris; el emblema simbólico de la impotencia, de nuestra impotencia. El parado, los parados, postrados sobre la nada, extenuados, desalentados, sin fe y descreídos, miramos horrorizados la negritud del túnel de la vida. Sin ayudas, sin expectativas, solos, sin ni siquiera las prendas que otrora granjeamos, nos estremecemos pensando en un presente sin porvenir, en un futuro espeluznante.
Obviedad es afirmar que carecer de trabajo es el mayor contratiempo, mas esta evidencia no aminora su repercusión en el desempleado. La inactividad es el estanque que detiene las energías inservibles del parado, el dique que extingue sus reflejos, la laguna que ahoga sus proyectos, su tajasueños. Asfixiados, inactivos y sin reflejos, sin miras (el avatar del desocupado semeja la letra de un corrido mejicano), ciegos de oscuridad y, en fin, paralíticos de pies y manos, el parado, los parados, hallamos además en el contratiempo el multibrazo tentacular que afecta a nuestra vida de vario y diverso modo, pero siempre de manera negativa. Porque el contratiempo es el deseo negado, el ansia apagada: un retablo colmo de dolores, de humillaciones y desgracias.
El parado, los parados, descubrimos en el contratiempo la imposibilidad de resurgir, el freno que nos agarrota; en él hallamos la corriente contraria que nos bambolea inmisericorde, el oleaje embravecido que nos zamarrea a su antojo. En su adversidad, los parados encontramos asimismo la bola pesada que nos empuja hacia el precipicio de la enajenación y el padecimiento, hacia un abismo de locura que no tiene nada de figurada invención y, en cambio, sí atesora mucho de palmaria verdad. Pues el contratiempo (esa aparente abstracción) se hace perceptible en el derrumbamiento físico y mental del desempleado, en su paulatina destrucción. Entre otros costos, el parado paga con su salud las arremetidas de la desocupación.
También el contratiempo se patentiza en su aislamiento y en sus temores. Naturalmente, el abandono en el que vive, el desamparo al que está expuesto, le provoca incertidumbres, le genera miedos. Del mismo modo se muestra en su sentimiento de fracaso y en su frustración; en su incuria e inseguridad; en sus pesadillas. Igualmente se pone de manifiesto en su abulia y apatía; en su soledad y marginación; en su descontento e inadaptación social; en su constante estado de insatisfacción; en su inestabilidad emocional; en su sentimiento de inutilidad; en su vacío existencial... Pero, sobre todo, revélase en la esquina, metáfora globalizadora de sus desdichas y penurias.
En realidad, el contratiempo es el propio parado.
Obviedad es afirmar que carecer de trabajo es el mayor contratiempo, mas esta evidencia no aminora su repercusión en el desempleado. La inactividad es el estanque que detiene las energías inservibles del parado, el dique que extingue sus reflejos, la laguna que ahoga sus proyectos, su tajasueños. Asfixiados, inactivos y sin reflejos, sin miras (el avatar del desocupado semeja la letra de un corrido mejicano), ciegos de oscuridad y, en fin, paralíticos de pies y manos, el parado, los parados, hallamos además en el contratiempo el multibrazo tentacular que afecta a nuestra vida de vario y diverso modo, pero siempre de manera negativa. Porque el contratiempo es el deseo negado, el ansia apagada: un retablo colmo de dolores, de humillaciones y desgracias.
El parado, los parados, descubrimos en el contratiempo la imposibilidad de resurgir, el freno que nos agarrota; en él hallamos la corriente contraria que nos bambolea inmisericorde, el oleaje embravecido que nos zamarrea a su antojo. En su adversidad, los parados encontramos asimismo la bola pesada que nos empuja hacia el precipicio de la enajenación y el padecimiento, hacia un abismo de locura que no tiene nada de figurada invención y, en cambio, sí atesora mucho de palmaria verdad. Pues el contratiempo (esa aparente abstracción) se hace perceptible en el derrumbamiento físico y mental del desempleado, en su paulatina destrucción. Entre otros costos, el parado paga con su salud las arremetidas de la desocupación.
También el contratiempo se patentiza en su aislamiento y en sus temores. Naturalmente, el abandono en el que vive, el desamparo al que está expuesto, le provoca incertidumbres, le genera miedos. Del mismo modo se muestra en su sentimiento de fracaso y en su frustración; en su incuria e inseguridad; en sus pesadillas. Igualmente se pone de manifiesto en su abulia y apatía; en su soledad y marginación; en su descontento e inadaptación social; en su constante estado de insatisfacción; en su inestabilidad emocional; en su sentimiento de inutilidad; en su vacío existencial... Pero, sobre todo, revélase en la esquina, metáfora globalizadora de sus desdichas y penurias.
En realidad, el contratiempo es el propio parado.