jueves, 31 de enero de 2008

EL AUTOBÚS DEL MARTES

Los viejos, que son los que han vivido más tiempo, dicen que el martes es un día maléfico, pavoso, de mala estrella, el día de la semana menos propicio para llevar a buen puerto cualquier intento venturoso del tipo que sea. Los viejos, por ser los más veteranos, afirman que el más ínfimo de nuestros actos está sostenido por el hilo caprichoso o no de los hados. Quizá la experiencia y los sucesos diarios hayan contribuido a señalar el martes como el día más dejado de la mano de la suerte, más en vilo, en tenguerengue, en definitiva, un día de mal agüero, que más vale quedarse en la cama, sin salir a la calle.
Sin embargo, desde que advertí que el martes era el único día que me la encontraba y la veía, la semana se me convirtió en la sala sombría de una estación remota, a la espera de que llegara, con ella, rubia y tostada, entre el gentío hambriento del autobús universitario. Cada siete días el martes llegaba, puntual como un reloj suizo, y soleado desde hacía varias semanas, desde que la conocí, reluciendo su melena rubia, y me ahogué al verla en sus ojos oceánicos.
A partir de ahora, el martes es para mí el día más maravilloso de la semana, a pesar de lo que digan los viejos, mientras me la encuentre, la ame y la desee; mientras pueda ver su sonrisa triste, su glúteo mínimo y su mirada cristalina y cínica. ¡Ay, cuánto me gusta esa mirada mentirosa!
El martes, desde ahora, desde siempre, como el Oliveira de Rayuela que anda al encuentro fortuito con la Maga, camino sin buscarla pero para encontrarla, embrujado de su hechizo semanal, más intenso al mediodía, a la hora de comer, cuando nos encontramos en el autobús, siempre en el autobús, camino de casa.
--¡Hola! --me saluda--; siempre nos vemos aquí.
--Y en martes --apunto.
Pero no le digo que yo la veo constantemente, incesantemente, ensoñándola, moldeándola como un escultor de ilusiones con el barro lúdico de mi deseo, más excitante que la propia realidad, que ella ahí cogida a la barra del techo, com ahora, que siempre nos toca ir de pie.
--La has visto hoy --le pregunto.
Ella, Eva, la chica del autobús, está enamorada de otra eva, como yo lo estoy de ella, si se me permite hacer comparaciones. Por eso, cada martes, mientras yo la busco ella busca a la otra, y no nos encontramos ninguno de los tres, aunque uno esté a su lado, como si fuéramos un triángulo que ha perdido los vértices.
--La has visto hoy.
--No; hoy tampoco --me responde.
Y se pone seria, contrariada, mimosa, más voluptuosa si cabe, cariñosa. Sujeta a la barra, en actitud de abandono me mira a los ojos (¡ay, que me ahogo!), apoya la frente en mi pecho, un segundo que me parece un siglo, le digo palabras de ánimos, aunque en realidad lo que estoy haciendo es dándome ánimos, compadeciéndome, muriéndome.
--No, hoy tampoco --me dice.
--Ya la verás --le digo--. No te preocupes.
--No, si no me preocupo, pero me gusta verla --añade--. Me gusta, es preciosa; si la vieras... tiene una cara divina. Es rubia, como yo; lo normal sería que me gustara morena, pero no, es rubia y me gusta, y yo también le gusto.
--¿Tú cómo lo sabes?-- le inquiero.
--Lo sé --me responde--; me mira. Ella se ha dado cuenta; nos miramos las dos y lo sabemos: nos gustamos.
--Dile algo --la animo.
--Sí, quiero hablarle; pero no me atrevo. Me da corte... No sé qué decirle, pero le hablaré la próxima vez que la vea. Últimamente no la veo, hace dos semanas que no nos tropezamos, ni el martes pasado ni hoy.
--Me he puesto celoso --le bromeo.
Se sonríe, se ríe, con la boca entreabierta, semiabierta, y me mira con sus ojos brillantes, azules, mentirosos, penetrantes y pícaros. Me mira con su risa burlona y graciosa y vuelve a sonreir sin dejar de mirarme; y entonces, como la que no sabe de qué va la cosa, me dice:
--Ahhh, sííí.
-Claro que sí, de ella tengo celos --le respondo--. No de tu novio, de ella, porque es por ella por quien suspiras --le digo--, aun siendo consciente de que le estoy diciendo una cursilería.
--No suspiro --me corrige.
--Es una forma de decir, joven.
Pero el que suspira soy yo, literalmente. Suspiro por la rosada candidez de sus labios, finos, limados por la lujuria, lúbricos y astutos.
--A lo mejor me enamoro de ella también --le digo.
--¡Nooo!--protesta--. Bueno, sí --rectifica--. Me gustaría que todo el mundo se enamorara de ella. Es tan bonita...
El viaje se acaba, el autobús ha frenado. Nuestro encuentro es el viaje, es como el viaje: efímero, semanal, lleno de obstáculos, incómodo, agradable; un viaje que nos lleva sólo a comer cuando mi apetito es sensual, sexual; un viaje equivocado, asfaltado de humo. Nos bajamos y nos despedimos, hasta el próximo encuentro, en el autobús del martes.

miércoles, 23 de enero de 2008

DULCE SERPIENTE

1

...Y te soñaré, dulce serpiente, mientras las estrellas se mojan, y nuestra música es golpeada por el sueño, el cansancio y la apatía. Esta noche te quiero más que nunca. Te siento dentro de mí, viva y sonriente; te siento nadar en mi sangre; te siento respirar. En la penumbra de esta soledad rezuma tu olor, tu presencia, tu ausencia, tu vida, mi esperanza.
Llegará la noche clara y nuestros labios cortarán el aire de la distancia, y nosotros, como dos serafines hadados, deslizaremos nuestras manos por encima de lo eterno, y alegres, recogeremos al respirar el aura perfumada de los lirios, el halo refrescante de una vida sencilla: vida que será más nuestra porque los dos velaremos por ella.
...Y te soñaré, aunque no haya estrellas ni lluvia, porque eres para mí todo el universo.


2

El mar dorado al infinito, gaviotas de espuma, el mar entre negro y cansado, retozando del día que se va. Inmensas nubes de lana, grandiosas rosas de platero, el mar rugiendo su melodía cadenciosa, y nosotros en la arena, en la orilla, entre arrumacos, escuchando silenciosos su piafar de sifón, el mar, la mar, bramando su cadencia de vivo, su cadencia de muerto, y nosotros sintiéndonos, escuchándonos, y escuchando sin mirar el sempiterno quejido del mar.
El mar nos mira, dulce serpiente, alargándose como un tejado de olas; nos sonríe, con su sonrisa imbricada de agua bañada; infinitamente nos contempla con su mirar salado, el mar, la mar, dulce serpiente, y el canto de la noche, y la brisa del silencio, y el sueño reluciente de las estrellas, todo, nos acerca, nos besa, nos enamora.
El mar, la mar, esa inmensidad infinita de la alegría que nos da vida, nos puede salvar, ¡ay!, y ahogar.


3

Dos océanos profundos son tus ojos, dulce serpiente, penetrantes, esquivos y burlones; dos ojos como dos eternidades: inabarcables y misteriosos. Tu cabello es largo, liso, rubio, brillante y suave como el cendal. Tienes el rostro ovalado, bello, proporcionado; la nariz afilada; la boca hermosa, lujuriosamente grande. De tu cuerpo, sobresalen, por igual, dulce serpiente, tus senos prominentes y tus caderas voluptuosas, más sensuales aún al contemplar tus andares rítmicos, ligeros y apresurados, como si continuamente buscaras el infinito. No obstante, criatura maravillosa, lo que más me cautiva es tu mirada: curiosa, inquietante, vivaz, interrogativa...; una mirada que en ocasiones se muestra inquisidora y desafiante, ora burlona ora provocativa; una mirada que a su vez es también una cortina, un parapeto, una coraza y un muro: el pilar que sostiene tus dudas y tus tormentos.
Tus ojos, dulce serpiente, tus ojos... dos espejos celestes que emergen del abismo de tu adolescencia virginal.


4

Como el náufrago que advierte en lontananza el dibujo nublado del barco salvador, así tu presencia de espuma, dulce serpiente, infinita como el horizonte, alegra mi existencia.
Como los vientos sin luna elevan la hojarasca a los confines celeste de lo eterno, así tu sonrisa de nardos, efímera como el aliento, enaltece mi espíritu.
Existencia, sonrisa, espíritu y presencia: todo tu ser absorbe mis sentidos: tu tez albina, tus manos delicadas, tu abundante cabello encampanado... y el mirar cristalino de tus ojos almendrados.
Todo en ti me fascina y embelesa, dulce serpiente, como el rocío hechiza a la mañana cuando acaricia su rostro adormecido

lunes, 21 de enero de 2008

PAMPANADAS Y PAPARRUCHAS

HIROSIMA MON AMOUR


En el recuerdo el fondo de la guerra, el gris turbio de un pasado reciente. El amor difuminado, al principio, burbujeante de intervalos, con brazos perlados de sudor efímero, de encuentro fugaz. Amor y guerra. Reconstrucción del pasado para olvidarlo. Hombre y mujer. El hombre y la mujer como centros del amor y la guerra: Hiroshima mon amour, por ejemplo. Sembrar amor donde se cernió la guerra, la destrucción, la separación.
Amarse sin conocimiento del otro. Conocerse después de haberse amado. O conocerse mientras se aman, al alimón.
Alguien escribió que el presente es un futuro pasado, que el presente es un futuro que aún no ha llegado, o algo parecido. Amor con el fondo incendiado por la guerra. Hiroshima mon amour. Amor presente de una guerra pasada. Amor pasado de una guerra olvidada. Recuerdo y olvido. Recordar el pasado para olvidarlo: para reivindicar el futuro.


DORADA ILUSIÓN


Salí a buscarla y fui al bar donde siempre la encontraba, pero esta vez no estaba allí. Miré hacia la silla que ella ocupaba en ocasiones anteriores. Siempre la misma silla, siempre el mismo lugar. (Aunque no fuera la misma silla, no importa, porque el amor es ciego y unificador.) No estaba allí y posé mis ojos cansados en el mimbre agujereado de la silla solitaria, claroscuros agujeros de la huida, por donde se me escurrió, por donde se deslizó hasta mi pensamiento presente/ausente, con esa barra estructural, que es como una lanza diagonal que cierra el paso, barrera que nos separa y nos evita.
Me senté en su silla, con cautela, para no rozar su aura, para no asfixiar su recuerdo, para aleccionarlo.
Me senté y la soñé de pie escrutándome, con sus labios rosas y su mirar sonriente. Yo le asía su mano terciopelo, grácil, frágil y resbaladiza. La mano se me escapaba como si fuera un pez asustado. La volvía a sujetar y tornaba a separarse. Así pugné durante mucho rato, hasta que, por fin, tumbé su fortaleza, se abrazó a mi cuello y rozó su tez por mi asombro, con suavidad, susrrando junto a mis oídos palabras violetas y axhalaciones tibias.
Todo era como una brisa menta, como un vientecillo fresco que se me antojaba cariñoso y bienhechor.
Cuando desperté estaba junto a mi, pero entonces ya no la vi.

miércoles, 9 de enero de 2008

PUNTO DECISIVO

El joven tenista, después de ganar el anterior punto en disputa, se limpió el sudor, de espaldas a la red, en uno de los rincones de la pista, al tiempo que escuchaba complacido la atronadora ovación que el público le tributaba. Se sentía satisfecho con el juego que estaba realizando, y, ahora más que nunca, dichoso por ver incrementadas sus posibilidades de triunfo. Cierto que estaba a un paso de la victoria en la final de Rolland Garros, pero no debía confiarse en absoluto. Frente a él se hallaba el campeonísimo Pete Sampras, indiscutible número uno de la clasificación mundial durante más de un lustro y brillante vencedor en medio centenar de torneos del circuito A.T.P., entre los que destacan más de una docena de grand slams, sin incluir en ellos el Abierto de Francia, la cita parisina que en ese momento le ocupaba y único torneo de los cuatro “grandes” con el que no había podido engrosar su envidiable palmarés. Sin duda, el adversario más temible de cuantos pudieran haberle tocado en suerte, pero también el que más prestigio otorgaría a su éxito, si finalmente éste llegaba a producirse, aunque tenía claro que el jugador norteamericano no le iba a facilitar la victoria, antes al contrario, vendería cara su piel, oponiéndole la mayor resistencia.
El joven tenista, tras secarse el rostro y las manos, devolvió la toalla al recogepelotas y se dispuso a recibir el saque de su contrincante. Mientras se situaba junto a la línea de fondo, paralelo al cuadro de recepción, un poco escorado a la izquierda, oyó la voz metálica del juez de silla que, por sobre la algarabía del público que se apagaba, anunciaba el tanteo: thirty-forty. Instintivamente alzó la vista hacia el marcador electrónico que coronaba uno de los frontis del recinto deportivo y vio, en efecto, cómo junto a su nombre se alineaba un luminoso 40, en tanto que en la fila del rival se reflejaba el número 30.
--Match point --pensó-- Ahora es la mía.
En el otro extremo de la cancha, cariacontecido por el rumbo del encuentro, Pete Sampras, con la cabeza gacha y la mirada quieta en un punto fijo de la arcilla del suelo, buscaba la concentración, sin dar crédito a lo que le estaba sucediendo. Durante un rato permaneció inmóvil, sin mover un solo músculo del cuerpo; tras volver en sí, se limpió la frente con la peculiar manera que lo caracteriza, arrastrando el reverso del dedo anular por encima de las cejas y sacudiéndolo al aire. A continuación, con el mudo gesto de alargar el brazo izquierdo, solicitó bolas a uno de los muchachos recogepelotas. Con ceremonial parsimonia examinó hasta cuatro de ellas, seleccionando las de mejor textura y mayor presión, para, por fin, desechar dos y quedarse con el otro par. Se guardó una bola en el bolsillo del calzón y botó la otra golpeándola con la raqueta. El veterano tenista se disponía a defender su servicio para evitar la inminente derrota ante el bisoño jugador procedente de la fase previa, y, sobre todo, para no desaprovechar quizás la última oportunidad que le deparaba el tenis de ganar en las instalaciones del Bois de Boulogne.
Colocó la punta del pie izquierdo por detrás de la línea de fondo, a menos de un metro de la marca que señala el centro de la raya, encorvó el cuerpo flexionando las piernas, se acomodó el puño de la raqueta a la mano derecha, y con la otra botó la bola, una, dos, tres veces... cuando de repente el público rompió en aplausos, trac trac trac, en progresión ascendente, en un postrer intento de insuflar ánimos al campeón. Sampras dejó de botar la pelota, giró sobre sí mismo, y se alejó varios pasos de la línea que delimita el rectángulo de juego, buscando nuevamente la concentración. El árbitro tuvo que intervenir en varias ocasiones para acallar el clamor del gentío.
--¡S`il vous plaît! ¡Silence, s`il vous plaît!
Entretanto volvía el silencio a las gradas y se reanudaba la contienda, por la mente del novel aspirante circulaba veloz, como fogonazos de imágenes soñadas, toda su trayectoria por el reputado torneo de Francia. Las nueve eliminatorias que había jugado hasta llegar a la final se le aparecían ahora como nueve secuencias de una misma película, incluso con escenas repetidas, donde se veía multiplicado, alzando los brazos, en señal de victoria, a los cielos de París. En todos los partidos había tenido que batallar con denuedo para salir airoso, pero en ninguno pugnó tanto como en el cuarto de su cuenta particular, ya en primera ronda del cuadro absoluto. Después de competir con tres inafamados tenistas como él, el bombo del sorteo lo emparejó con el campeón de la edición anterior, el brasileño Gustavo Kuerten. Fue, sin duda, la eliminatoria más trascendente; no sólo porque a la postre resultara la más competitiva de todas, sino porque al margen de colmarle de confianza le allanó su estancia en el torneo. Había llegado desde El Rubio a París sin nada en su mochila, salvo ilusiones, y la victoria ante Kuerten contribuyó fundamentalmente a que los mass medias propagaran su situación. Se supo entonces que el joven tenista no tenía entrenador, ni patrocinadores, ni apenas raquetas; que jugaba siempre con las mismas zapatillas, que lavaba su indumentaria en una fuente pública y que dormía en un parque a la intemperie. En seguida todo se solucionó. De la noche a la mañana su situación cambió de manera radical, mayormente después de superar en la siguiente ronda al francés Cedric Pioline. Le llovieron las ofertas que intentaban favorecerlo, y la prensa ya no hablaba tanto de sorpresa y sí de un nuevo talento. Todo eran elogios. Luego ganó al chileno Marcelo Rios y creció la estimación por su tenis. Las apuestas británicas sufrieron una enorme convulsión al no tenerlo incluido en la lista de posibles ganadores. En octavos venció al sueco Norman y se consolidó como un firme candidato al triunfo; en cuartos eliminó a su compatriota Alex Corretja; y en semifinales al genial e imprevisible ruso Marat Safín, en un partido espléndido.
Su recorrido imaginario por el torneo había aislado al joven tenista de su fabulosa realidad. Se hallaba en la pista central totalmente abstraído, como fuera de sí, repasando la final contra Sampras, cuando advirtió que éste solicitaba su atención, mostrándole la bola desde lejos. El joven tenista respondió a la llamada del americano gesticulando a su vez con la mano alzada y se preparó para recibir el saque. Sampras volvió a situarse junto a la línea de fondo, encorvó el cuerpo, botó la pelota varias veces y la lanzó al aire, impactándola fuertemente con la raqueta. El zurdo tenista se movió rápido para devolver el servicio, pero antes de golpear la pelota sintió un violento dolor en el codo izquierdo... y se despertó.
Durante unos segundos permaneció confuso, como aturdido, sin saber dónde estaba. Pero en seguida recobró el entendimiento y reparó que se hallaba en una cama de hospital y que había estado soñando. Entonces recordó que lo habían operado de una epicondilalgia y que seguramente todavía estaba bajo los efectos de la anestesia. No lo desanimó, sin embargo, el retorno a la vigilia. Porque mientras observaba a la enfermera colgar de un gancho la botella de suero, en el duermevelas de su conciencia aún resonaban los ecos del público de Rolland Garros.

lunes, 7 de enero de 2008

Primera derrota de Nadal en 2008

El tenista español Rafael Nadal ha perdido su primer partido de la temporada que comienza. Ha sido en la final del torneo de Chennai (India), ante el ruso Mikhail Youzhny. Hasta la fecha, de diez enfrentamientos en el circuito ATP entre ambos tenistas, es la cuarta vez que el jugador mallorquí sale derrotado en el envite. Aunque el balance es favorable al español, teniendo en cuenta los precedentes, la noticia en sí no tendría mayor relevancia si no fuera por lo contundente del resultado: 6-0 y 6-1, en apenas 57 minutos de juego.
Una vez más, como siempre que pierde un partido, Rafael Nadal ha demostrado ser un caballero del tenis: "Misha jugó muy bien y debo felicitarle" dijo el número dos del mundo, a la finalización del match. "No quiero poner ninguna excusa. Jugué cuatro horas el sábado y quizás fue demasiado volver a la pista menos de veintecuatro horas despues para jugar la final". "No tengo ninguna lesión, sencillamente no me había recuperado. Llamé al fiosoterapeuta para que me ayudara a mitigar el cansancio", concluyó el triple campeón de Rolland Garros. Nunca resta méritos al rival ni pone pretextos a la derrota. Todo un campeón, dentro y fuera de las pistas, del que deberían aprender los nadalistas.
En efecto, Nadal afrontó la final de Chennai sin tener apenas tiempo para recuperarse tras el partido contra su paisano Carlos Moyá. Sólo trece horas separaron un partido de otro, después de disputar el encuentro de mayor duración a tres sep de la era Open. "Rafa no era Rafa. Hoy no he jugado contra él", resumió el tenista ruso. Youzhny que es un bromista, en la ceremonia de entrega de premios, agradeció a Moyá el partido del día antes, para terminar diciendo: "Hoy no he vencido yo, ha sido Rafa el que ha perdido".
En definitiva, todo el mundo de acuerdo en achacar al cansancio la merma de facultades de Nadal en el partido de la final. Pues bien, ese argumento que en cierto modo justifica al jugador ante la derrota es precisamente el que me ha inducido a mí a reseñar la noticia en este blog. Pero para defender la tesis contraria.
Salta a la vista que Rafael Nadal es un deportista que posee una capacidad física portentosa. Basta con mirar su figura musculosa para dar fe de ello. Por si no es suficiente argumento la obsevación de su aspecto fibroso, impresiona ver con qué velocidad se desplaza por la pista y cómo responde a bolas que parecen imposible de devolver. Pero no sólo física, también mentalmente ha dado muestras más que suficiente de su fuerza prodigiosa. Sirva como ejemplo de esto último la serenidad de ánimos con que aborda los puntos cruciales en los partidos. Sus nervios de acero son una garantía de éxito en los momentos críticos. Para llegar a número dos de la ATPtennis tan joven y mantenerse todos estos años sin apenas competencia que lo amenace, lógicamente son necesarias ambas cualidades, además de ostentar sabiduría tenística. Pero a mi entender Rafael Nadal es un tenista técnicamente limitado: posee un saque dubitativo, irregular y, en muchos casos, poco veloz para la órbita en que se mueve; su volea es pobre o casi nula; el revés poco definitivo, y con la derecha (en su caso, la izquierda) tan liftada a veces que apenas le corre la bola. Su tenis se basa fundamentalmente en su extraordinaria potencia, casi nunca en la técnica; sólo emplea ésta una vez que contrarresta el poderío del rival, al que va minando poco a poco en una labor de desgaste en largos peloteos, para terminar anotándose los puntos, la mayoría de las ocasiones más por fallos del otro --inducidos por él, claro-- que por aciertos propios. Por lo general desarrolla un juego eminentemente defensivo, apenas creativo, y nada vistoso, incluso con tenistas que están muy lejos de su categoría. Por eso el día que le fallan las fuerzas es objeto de esas derrotas tan estrepitosas. Ya el año pasado le ocurrió un par de veces al final de temporada tras ganar el día antes después de un tremendo esfuerzo. Ojalá me equivoque, pero pienso que lo que lo ha encumbrado a la cima del tenis mundial --su tenis de brega--, lo puede bajar antes de tiempo si no dosifica el desgaste.
Supongo que Nadal llegará pronto a ser número uno de la clasificación mundial, porque estimo que Roger Federer tendrá que ceder alguna vez el puesto. Pero la cuestión es saber durante cuánto tiempo lo mantendrá. Porque detrás viene el serbio Novak Djokovic como una moto.

jueves, 3 de enero de 2008

A MODO DE POEMAS

Voy a ccomenzar el año exponiendo en el blog dos poemas (o lo que sean) que aparentemente se contradicen entre sí, pero que en cierta manera se complementan, como las dos caras de una misma moneda.
Uno habla de la guerra, de los avatares de la guerra en general..., y el otro es una apuesta por el presente, aunque dicho sea de forma elíptica.
El primero lo escribí hace... años, al comienzo de la guerra del golfo Pérsico, durante los bombardeos de Estados Unidos a Irak. El poema está dedicado a los mártires de esa guerra y no tiene nombre, de la misma manera que carecen de nombres las víctimas de todas las guerras. (Por extensión también va dedicado a todas las víctimas de todas las guerras.)
El otro poema de titula NOSTALGIA y es --o pretende ser-- un alegato contra los recuerdos, contra los malos y los buenos recuerdos; pero al mismo tiempo es una llamada a la vida y una invitación a disfrutar el momento.



A los mártires de la Guerra del Golfo Pérsico


Lívido el ambiente como la noche lívida.
Duermen las estrellas para que brille el miedo.
El mundo está en guerra, pero nadie lo sabe;
La vida se alimenta de horrores y pesares.

Quieto todo permanece, como la tierra quieta.
Trémulo de sombras el día se estremece.
Todo es inmutable: nada se mueve.
El mundo está en guerra, pero a nadie conmueve.

Sólo los misiles hablan su dialecto de sangre.
Sólo las balas balbucean gritos de balde.
El mundo vive una guerra: una guerra en el aire.

Cárdena la luna de luz ensangrentada,
Cárdena de negra sangre atormentada.

El cielo está pálido; el sol se está apagando.
La muerte se barniza de arena nacarada.

El mundo está en guerra, se desgrana.
Las bombas batallan; los hombres estallan.
La guerra es de todos, pero nadie la gana.

La paz no aparece: se oculta, se calla.
Sólo las voces de los muertos la claman.


.
NOSTALGIA

¡Ay de la nostalgia!
Carcoma del alma, roedora sin escrúpulos
que perturba su placidez
y la atormenta.
¡Ay de la nostalgia!
Filoxera sin entrañas, descubridora cruel de
[hazañas pretéritas
que dormían silenciosas
en las galerías del olvido.
¡Ay de la nostalgia!
Añoranza del pasado
de esos retazos inservibles
trozos magnificados del ayer
que nos muestran recuerdos
borrosos
de otros instantes,
fogonazos de luz de la conciencia
de lo que pudo haber sido
y no fue
y de lo que fue
y nunca jamás será.
¡Ay de la nostalgia!
Huid de la magia de los momentos fugaces
de la memoria,
traidores del presente
que iluminan
el tiempo evaporado.
¡Ay de la nostalgia!
¡Temedla!
Como a bruja moruna,
cual Sibila inclemente
que refleja en su hechizo
el perfil de lo ausente:
la infancia perdida
el río inexistente
la casa destruida
el árbol cortado
la juventud briosa
los juegos olvidados;
el amigo perdido
el amor frustrado
los llantos de nieve
las riñas de seda
los besos, los abrazos...
las mujeres idas
y las que nunca llegaron.
¡Ay de la nostalgia!
Pitonisa de la niebla
maga de las brumas
retratista de sueños
al albur de la luna.
¡Ay de la nostalgia!
Tejedora de humo
bruñidora del viento
con su pala de espuma
desentierra lo muerto.
¡Ay de la nostalgia!

Poema