martes, 31 de mayo de 2011

Diario de un parado

Vuelvo a coger la pluma, quiero decir, a enfrentarme al teclado, luego de la primera entrega, casi dos semanas después, y ya estoy dudando del título Anotaciones…, y eso que ni siquiera lo completé, dejándolo suspendido en los puntos, por ensancharme el campo de maniobra. Cierto que en un principio había decidido denominarlo Diario de…, o sea de algo específico o determinado que le diera significación y fuste al escrito, pero al ritmo cansino que abordo la tarea lo de diario no iba a ser más que una palabra hueca, un adorno de portada, el florero del título: cualquier cosa antes que un vocablo lleno de sustancia, permítaseme la expresión; todo menos un adjetivo que arrope con su función conceptual la narración de unos acontecimientos distribuidos por días.

Con todo, siendo el de
Anotaciones… el que más juego puede proporcionarme, por su notoria ambigüedad, creo haberle hallado un nombre, y, lo más importante, una orientación y un rumbo. Lo llamaré Diario de un parado, a pesar del sinsentido cronológico, por ser la inactividad mi actual situación laboral. Reconozco que el bautizo, después de casi otras dos semanas de nuevo impasse, no ha sido muy afortunado, pero ¿qué se puede esperar de un escrito que nace al abrigo del absentismo, de la desocupación, de lo ocioso? ¿Qué se puede aguardar de algo que ve la luz de la mano del desacomodo, de lo cesante y de lo baldío?

Desde ahora, sin más vacilaciones, utilizaré
Diario de un parado como guía a seguir, como la pauta por donde deslizaré el hilo que conducirá hasta usted, lector curioso, la tinta ponzoñosa de mi pensamiento y la sangre agridulce de mi corazón. Corazón y pensamiento, alma y mente, tinta y sangre, dual mezcolanza de realidad y ensueño fluyendo como un único río por la vena fatigada de mi pluma, en un revoltijo de vida y fantasía, hasta desembocar en el piélago acaracolado de mis filias y mis fobias, ambas mediatizadas por el entorno.

También podía haberlo llamado
Diario de una venganza, o Diario de una frustración, o Diario de un fracasado, o Diario de soledad, etc., pues tales sentimientos negros, anidan, a intervalos, en las entrañas del ser que sufre el ultraje y la vejación de vivir sin trabajo. ¿Vivir? Más atinado sería decir: vegetar. O, mejor, vejetar, con jota, al modo juanramoniano, transgrediendo la norma ortográfica, de igual manera que la sociedad vulnera la ley más elemental, cual es la de proporcionar un empleo (obviemos lo de digno) a todos sus miembros. Con mayor justeza que el término vegetar, el palabro vejetar, con el quebrantamiento ortográfico, con la violación de la ge por la jota, define mejor al sujeto desocupado y lo que intrínsecamente significa. Con la suplantación de la consonante, el nuevo vocablo, sin desmembrarse del todo del grupo familiar de los vegetales, al mismo tiempo adquiere parentesco con el de la vejez, y es precisamente en el casamiento, en la fusión de ambas familias donde el nuevo concepto alcanza su sentido en relación con el parado y su cotidiano discurrir, ya que la situación diaria de éste, aunque tiene un parecido figurado con la función vegetativa de las plantas, se asemeja aún más a la disfunción de la vejez, por cuanto de pasividad e inutilidad reporta. Pues el parado no es más que un jubilado sin edad de jubilarse, un inútil por tiempo indefinido.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Anotaciones...

Después de un dilatado período de abandono del blog, por razones que excuso declarar aquí, por no venir al caso, una vez me decidí a retomar la jáquima de Clavileño y reanudar su marcha, en esta ocasión con pulso firme y ánimo resuelto, deliberadamente he dejado transcurrir un tiempo complementario antes de cargar sus alforjas con nuevas entregas. ¿Por qué lo he decidido así? Quizás sea lo que menos importe conocer en este momento. O quizás no lo sea. En cualquier caso, no voy a aclararlo ahora, o, al menos, no voy a dilucidarlo del todo; ya que un motivo de la demora –si bien no el principal-- ha sido para diseñar las pautas a seguir y el plan se forje duradero y no nazca muerto, además de calibrar el contenido con el que rellenar los fardos que transportará Clavileño en su trayectoria por el ciberespacio.

De la misma manera, considero conveniente dejar la explicación del proyecto para más adelante, aunque luego esta aparezca al principio del texto, cuando estas
Anotaciones…, si no en su globalidad, expurgadas, se trasladen impresas al papel, propósito al que aspiran, pues pienso que será en el prólogo de la obra donde se dará respuesta a tales interrogantes. Lo cual significaría, en buena lógica, que, de ser cierto lo último apuntado (y no hay razón para que sea falso), todo cuanto se ha escrito hasta aquí sobraría. Y con esto dicho, ya he adelantado una señal, una pista, un indicio, etc., de lo que debería denominar oculta declaración de intenciones. He adelantado o he atrasado, ya veremos. Todo se andará, con paciencia, que, como decía mi abuela, al burro joven (y Clavileño, aunque cuenta casi cuatro años, el animal pasó más de dos en hibernación) no es bueno colmarle el serón.

De modo que será oportuno echar a caminar poco a poco, liviano de carga, despacito y buena letra, sobre todo buena letra, que para eso estas
Anotaciones… como viene dicho, ambicionan, con el paso del tiempo, llegar a ser libro; y delicado de gusto, de entendimiento claro, crítico cuando se tercie, apasionado, irónico si viene a la ocasión, sincero y mentiroso, a la vez: la mentira como metáfora generadora de ficción, como alegoría creativa, no como burda falacia. Un libro de vida, de un período de mi vida, personal, íntimo y público, de cuanto me ocurra o se me ocurra, que vaya usted a saber dónde está la diferencia. Y todo ello lo pretendo, lector ocioso, a pesar de tan asnal proverbio con el que he iniciado el recorrido, enhoramala, tras el pistoletazo, ¿o rebuzno?, de salida. Toco madera, pues, para que el tiro no se me torne culatero, y el escrito me salga rucio y con cuatro patas.

Por cierto (¡ganas son de empezar inventando!), que el refrán antes reseñado jamás lo pronunció mi abuela, pues la pobre mujer no era estúpida como el memo del nieto, y si lo he puesto en sus labios es por no reconocer la paternidad de una criatura literaria tan tullida de esencia como seca de mollera; y también porque mi abuela lleva muchos años muerta, y a buen seguro que no va a decir nada. Dios la tenga en su santa Gloria, y desde estas páginas le imploro que perdone mi atrevimiento, remisión que estoy confiado en recibir, además del amparo que le solicito para que me proteja de los envanecidos diosecillos de alma apolillada que pueblan nuestra selva de humildes mortales, a algunos de ellos pienso sacar a orear al balcón de estas
Anotaciones…