miércoles, 18 de mayo de 2011

Anotaciones...

Después de un dilatado período de abandono del blog, por razones que excuso declarar aquí, por no venir al caso, una vez me decidí a retomar la jáquima de Clavileño y reanudar su marcha, en esta ocasión con pulso firme y ánimo resuelto, deliberadamente he dejado transcurrir un tiempo complementario antes de cargar sus alforjas con nuevas entregas. ¿Por qué lo he decidido así? Quizás sea lo que menos importe conocer en este momento. O quizás no lo sea. En cualquier caso, no voy a aclararlo ahora, o, al menos, no voy a dilucidarlo del todo; ya que un motivo de la demora –si bien no el principal-- ha sido para diseñar las pautas a seguir y el plan se forje duradero y no nazca muerto, además de calibrar el contenido con el que rellenar los fardos que transportará Clavileño en su trayectoria por el ciberespacio.

De la misma manera, considero conveniente dejar la explicación del proyecto para más adelante, aunque luego esta aparezca al principio del texto, cuando estas
Anotaciones…, si no en su globalidad, expurgadas, se trasladen impresas al papel, propósito al que aspiran, pues pienso que será en el prólogo de la obra donde se dará respuesta a tales interrogantes. Lo cual significaría, en buena lógica, que, de ser cierto lo último apuntado (y no hay razón para que sea falso), todo cuanto se ha escrito hasta aquí sobraría. Y con esto dicho, ya he adelantado una señal, una pista, un indicio, etc., de lo que debería denominar oculta declaración de intenciones. He adelantado o he atrasado, ya veremos. Todo se andará, con paciencia, que, como decía mi abuela, al burro joven (y Clavileño, aunque cuenta casi cuatro años, el animal pasó más de dos en hibernación) no es bueno colmarle el serón.

De modo que será oportuno echar a caminar poco a poco, liviano de carga, despacito y buena letra, sobre todo buena letra, que para eso estas
Anotaciones… como viene dicho, ambicionan, con el paso del tiempo, llegar a ser libro; y delicado de gusto, de entendimiento claro, crítico cuando se tercie, apasionado, irónico si viene a la ocasión, sincero y mentiroso, a la vez: la mentira como metáfora generadora de ficción, como alegoría creativa, no como burda falacia. Un libro de vida, de un período de mi vida, personal, íntimo y público, de cuanto me ocurra o se me ocurra, que vaya usted a saber dónde está la diferencia. Y todo ello lo pretendo, lector ocioso, a pesar de tan asnal proverbio con el que he iniciado el recorrido, enhoramala, tras el pistoletazo, ¿o rebuzno?, de salida. Toco madera, pues, para que el tiro no se me torne culatero, y el escrito me salga rucio y con cuatro patas.

Por cierto (¡ganas son de empezar inventando!), que el refrán antes reseñado jamás lo pronunció mi abuela, pues la pobre mujer no era estúpida como el memo del nieto, y si lo he puesto en sus labios es por no reconocer la paternidad de una criatura literaria tan tullida de esencia como seca de mollera; y también porque mi abuela lleva muchos años muerta, y a buen seguro que no va a decir nada. Dios la tenga en su santa Gloria, y desde estas páginas le imploro que perdone mi atrevimiento, remisión que estoy confiado en recibir, además del amparo que le solicito para que me proteja de los envanecidos diosecillos de alma apolillada que pueblan nuestra selva de humildes mortales, a algunos de ellos pienso sacar a orear al balcón de estas
Anotaciones…

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